Victoria García Jolly. Algarabía
Una explicación de qué es la Generación de Ruptura en el arte mexicano, quiénes fueron sus protagonistas y por qué buscaban un nuevo estilo en la pintura.
¿Quiénes fueron? ¿Con qué rompieron? ¿Por qué lo hicieron? ¿Cómo, cuándo y dónde? ¿Cuáles fueron las consecuencias para el arte mexicano? Ésta es una historia no acabada en nuestro devenir artístico, ni los protagonistas, ni los críticos, ni los estudiosos terminan de ponerse de acuerdo; sus versiones a la fecha son polémicas.
En lo único que coinciden es en que el rompimiento se dio con el «arte oficial». La llamada «Generación de Ruptura» no puede entenderse sin la Escuela Mexicana de Pintura.
«No hay más ruta que la nuestra»
Como consecuencia de la Revolución Mexicana surgió la necesidad de instruir al pueblo sobre su identidad y sobre el orgullo de su historia, para lo cual, el regreso de Europa de Diego Rivera en 1922 quedó como anillo al dedo, pues él mismo venía de cortar todo lazo con el arte europeo y sus vanguardias con la idea de generar un arte público que exaltara los nuevos valores revolucionarios y que, a la postre, derivó en un nacionalismo malentendido, un realismo socialista donde la estética —hacia la década de 1940— rayaba en franco folklorismo, monolítico y aburrido.
Manuel Felguérez, Vuelo espacial, 1959
Lo que en México se calificaba de «moderno» —puesto que no miraba hacia atrás sino al presente y futuro—, el crítico sir Herbert Read lo calificó como panfletario: «La escuela mexicana [...], como sus contemporáneos rusos, ha adoptado un programa propagandístico que a mi entender los coloca fuera de la evolución estilística».1 La generación predecesora estaba harta de la dictadura burocrática del arte oficial que, si bien facilitaba la vida y posibilitaba el trabajo, limitaba la creatividad, el estilo y la expresión propia.2
Rebeldía en gestión
Jorge Alberto Manrique señala que entre los primeros embates modernos contra el muralismo están dos grupos literarios: los Estridentistas y los Contemporáneos, a los que se adhirieron pintores como Manuel Rodríguez Lozano. Sin embargo, muchos otros como Agustín Lazo o Raúl Anguiano evitaron cuestionar aquello que los antecedía y terminaron por encontrar su propia versión del «arte oficial». De Carlos Mérida se dice que sólo hasta que la idea del cambio fue resonante tuvo oportunidad de destacar.
La ópera del órden de Jodorowsky y escenografía de Felguérez, Rojo, Carrillo y Gironella.
La figura de Rufino Tamayo fue determinante para el cambio y para la posterior Generación de Ruptura, su posición y rebeldía ante la Escuela Mexicana fueron más que claras, no estuvo dispuesto a seguirla ni a vivir y crear bajo su sombra, de tal manera que su autoexilio en Nueva York fue la vía por la que logró la libertad, la maduración estilística de su obra y fama. De regreso en México presentó su cuadro Músicas dormidas, obra que señala ya el punto de no retorno. Es entonces cuando Diego Rivera reconoce que el futuro de la Escuela Mexicana recaía en Tamayo y Juan Soriano —«hermano mayor» del rompimiento—, y es a estos dos que se les puede calificar de verdaderos disidentes.
La ii Guerra Mundial provocó la migración de artistas que también influyeron en la idea del cambio en el arte: Mathias Goeritz, quien destacó por su trabajo escultórico de carácter geométrico, así como promotor, difusor y agitador.3 Gunther Gerzso —aunque mexicano de nacimiento fue educado en Europa—, junto con la obra de Germán Cueto.
El momento de ruptura
En tanto que esta historia de algún modo es reciente, críticos, historiadores y hasta sus protagonistas no han acabado de ponerse de acuerdo sobre quiénes fueron los miembros «legítimos» de esta generación. Cada referencia documental, llámese catálogo, crítica, ensayo o simples entrevistas a propósito de alguna exposición que reúna la obra de estos creadores —cuyo trabajo se inicia entre las décadas de 1950 y 1960— es diferente; sin embargo, son constantes las figuras de Manuel Felguérez, José Luis Cuevas, Lilia Carrillo, Vicente Rojo, Alberto Gironella y Fernando García Ponce.
«Nunca fuimos un grupo estético» aclaró alguna vez Felguérez, «nuestra intención era la autenticidad, teníamos que crear un estilo propio». Juan García Ponce, quien fue un apologista inteligente y arriesgado para este «no grupo», en sus ensayos aclara que «cada artista estaba en busca de un nuevo orden. Cada uno era visto como una isla unida a las demás por la corriente común del mar de la pintura en el que existe».4
La crítica de arte Raquel Tibol —que menospreciaba a toda la generación 5 — no aporta mucho al decir que formalmente hubo dos vertientes en la Ruptura: la abstracta y la figurativa. Felguérez aclara: «Una de las características que dio vida a nuestra generación fue la intención de cada uno de ser original; era exactamente lo contrario de la famosa: “no hay más ruta que la nuestra”» 6
«A diferencia de los retratos o los paisajes que, se cree, representan "al mundo real", la pintura abstracta parece referirse sólo a lo invisible, a los estados internos o sólo a sí misma». Anna Moszynska
Ya que esta generación nunca fue un grupo constituido como tal, carece de un manifiesto en el que se pronunciara contra lo que en México significaba la pintura: «un puente que la unía a otros valores, políticos o sociales». 7 Sin embargo, para todos el yugo era el mismo. Uno y otro fueron coincidiendo no sólo por la admiración mutua de su trabajo, sino por otros lazos, como señala Teresa del Conde: «Quienes participaron en la Ruptura genuina se frecuentaban entre sí, a pesar de no ser coetáneos; jugaban futbol, asistían a inauguraciones en las galerías, leían los mismos libros. Varios eran amigos íntimos y la intimidad llegó hasta los lechos conyugales. [...] Todos admiraban a Tamayo». Y también a Archile Gorky, Mark Rothko, Robert Motherwell, Roberto Matta y Wilfredo Lam. 1