La jornada
Olvidarse de la inspiración, la románica idea de las musas, disciplinarse y ponerse a trabajar, recomienda el pintor y escultor Javier Vázquez Estupiñán (Irapuato, 1951). Para el artista, mejor conocido como Jazzamoart, un pintor que no está dispuesto a morir de hambre no sirve para esta profesión. Hay que apostar a todo, expresa a la vez que reconoce que más allá de la tragedia de Van Gogh, para mí el santo de los pintores, no nos ha ido tan mal. Cuando menos hemos podido vivir, como en mi caso, después de muchos años de lo que me gusta pintar.
El más de medio siglo de hacer travesuras con la brocha –a los cinco años tuvo su primer taller– se resume de alguna manera en Jazzamoart: la soledad de pintor (Editorial Turner), grueso volumen de reciente publicación, cuyo diseño divertidoes obra de Alejandro Magallanes. De ninguna manera se trata de un catálogo razonado, habría que hacer como cinco libros.
Aparte de las ilustraciones a color y en blanco y negro, el tomo comprende una serie de textos, algunos nuevos, otros existentes, de personalidades del mundo del arte, como Raquel Tibol, Jorge Alberto Manrique, Carlos Montemayor, José Luis Cuevas, Vicente Leñero, Evodio Escalante, Teresa del Conde, Graciela Kartofel, Linda Atach, Rafael Pérez y Pérez, Kim Levin y Manuel Marín. Jazzamoart dedica el libro a Manuel Zavala Alonso, fallecido el pasado 5 de noviembre, responsable de fotografiar las obras. La coordinación estuvo a cargo de Jazzamoart Vázquez, primogénito del artista, de quien tomó su seudómino en 1975.
La pintura de Vázquez Estupiñán no se puede desligar de la música, en particular el jazz: “En mi infancia, con mi padre –también pintor– había escuchado a las grandes bandas; sin embargo, cuando ingresé a la Escuela Nacional de Artes Plásticas (ENAP) conocí a personas que de alguna manera me descubrieron a Charlie Parker, Miles Davis y John Coltrane. En paralelo empecé a estudiar la batería, aunque no la dominé. Quise pintar el jazz, no sólo por fuera, sino por dentro, a la vez que los sonidos. Muchas veces la crítica me tachaba con que siempre salía con mi saxofón, mis músicos, y que era muy repetitivo –también pinta otros temas como los toreros. Más que repetición es una obsesión; es distinto. La repetición podría ser un poco mecánica y medio absurda o simplemente autómata”.
A pesar de lograr una “impronta que dice: ‘allí está Jazzamoart’”, el entrevistado reconoce muchas influencias, por ejemplo, la de Gilberto Aceves Navarro, maestro suyo en la ENAP. Me costó mucho trabajo asimilar y encontrar un camino en el que, aparte del fantasma de Gilberto, apareciera yo también. En realidad a aquel joven le llamaron la atención los artistas del movimiento de la Ruptura: Me gustaba mucho imitar los desnudos y personajes de Francisco Corzas, también muchos de los gestos de Alberto Gironella. Hasta llegué a pintar algunas cosas abstractas de Manuel Felguérez y Fernando García Ponce. El mayor reto, no sólo mío, sino de mi generación, fue no parecernos a los que admirábamos.
Respecto de su obra actual, explica que ésta tiene que ver con momentos de tristeza, de filosofar un poco conmigo mismo sobre la edad. Sigo siendo optimista, pero a la vez siento que ya no se puede perder el tiempo en tonterías y que se tiene que ser más auténtico y sincero cada día en lo que se hace, más propositivo, cuando menos en el mundo propio. Si se logra trasmitir a los demás, mejor. Pero, sí pintar lo que se siente con toda la pasión, conocimiento y madurez de tantos años. Siento que mi pincelada, el brochazo, la salpicada, el empaste, el trabajo que hago es cada día más certero. Cada día pongo más las cosas en su lugar.
Entre los proyectos de Jazzamoart para este año está una exposición en la galería Óscar Román, la cual continúa su trabajo sobre el tema de Rembrandt y las obsesiones que le han producido desde que pudo ver su obra en Holanda. Se trata de recrear a la manera de Rembrandt, pero en el siglo XXI, además de inventar juegos, en el sentido de que si viniera a mi taller qué diría de lo que hago con su pintura. Agrega, siempre hago una serie de juegos con los pintores del pasado. Siempre tengo esos sueños que, además, son ciertos. He soñado con grandes artistas del pasado con quienes sostengo encuentros. A veces no intercambiamos palabras; no obstante, en otras hay uno que otro regaño o aliciente de estos fantasmas que siempre me acompañan cuando pinto, porque cuando estoy en mi taller siento que está por allí alguno de los pintores que admiro, soplándome alguna cosa, regañando o diciéndome algo.