Carlos Bautista Rojas
Ahora existen infinidad de enciclopedias cuya forma de organizar la información es muy parecida entre sí, pero ¿cuáles fueron los antecedentes para ordenar el conocimiento como lo conocemos?
—o de cómo se ordenó el conocimiento—
Ahora existen infinidad de enciclopedias cuya forma de organizar la información es muy parecida entre sí, pero ¿cuáles fueron los antecedentes para ordenar el conocimiento como lo conocemos? ¿Por qué «clasificar la información» cambió la forma de concebir el mundo, e incluso, de ejercer el poder?
—primera de dos partes—
Desde la Antigüedad han existido diversos esfuerzos por recopilar «todo el conocimiento humano», ya sea en una sola obra —como la Historia Natural, que Plinio «el Viejo» compiló en 37 libros, alrededor del año 77 de nuestra era y en los que intentó sintetizar el saber del Mundo Antiguo—, o en compendios de múltiples obras como las bibliotecas.
Aunque la descripción de Plinio «el Viejo» es puntual y la dividió por temas —de lo físico a lo geográfico, e incluso espiritual—, su descripción es narrativa y no tuvo forma de crear un método de búsqueda ni de organización.
Ordenar el mundo
La necesidad de clasificar, es decir, de establecer categorías para cada cosa, implica comprenderlas: conocer la naturaleza de cuanto nos rodea. Desde la Alta Edad Media, los filósofos se esmeraron en reordenar el trivium y el quadrivium: las artes liberales y las mecánicas1, para encontrar un «orden total» del conocimiento.
A san Isidoro de Sevilla se le atribuye la redacción de las Etimologías —Originum sive etymologiarum libri viginti— entre los años 627 y 630: una veintena de libros en los que se describen todas las ciencias de la época y, lo más relevante, el origen y el significado de las palabras.
Otro de los documentos que plantearon un tipo de orden al saber, fue la Suda, un compendio histórico sobre el mundo mediterráneo escrito en griego por eruditos bizantinos en el siglo x. El gran aporte de este libro es que está ordenado de forma alfabética —con cerca de 30 mil entradas.
En China, alrededor del año 1403, el emperador chino Yongle —de la dinastía Ming— ordenó a dos mil eruditos que reunieran todos documentos antiguos. Para 1408, ya habían compilado 22,877 manuscritos impresos en 11,095 libros, que versaban en arquitectura, arte, astronomía, geología, historia, naturaleza religión y tecnología. En la actualidad sólo se conservan 400 volúmenes de esa ecuménica empresa.
«Si nos detuviéramos a seguir todas las categorías que existen para “organizar la vida”, nunca haríamos otra cosa.»
Robert Darnton
De la fe a las ciencias
En el siglo xiii, un monje franciscano inglés llamado Roger Bacon (1214-1294), tuvo acceso a las obras que los árabes habían rescatado del Mundo Antiguo —en particular de Bizancio— y que tradujeron del griego antiguo a otros idiomas.2
Bacon hizo énfasis en que los teólogos debían conocer las escrituras en sus idiomas originales —para evitar malas interpretaciones— y de que el conocimiento no podía limitarse a la formación religiosa. En aquella época las «ciencias» no estaban sustentadas con experimentos ni métodos de comprobación, sino que los argumentos estaban basados en «la tradición» aristotélica. Bacon abandonó la rutina escolástica, comenzó a realizar experimentos de óptica y señaló los errores del calendario juliano tres siglos antes de que fueran adoptados por el papa Gregorio xiii en 1582.
En su Opus Maius (1267) Roger Bacon estableció, además de un método para confirmar la veracidad de cualquier información, una forma de categorizar las ciencias, la filosofía, la moral y la ética, como base para ordenar todo el conocimiento humano. Aunque la obra —por la influencia de la época— tiene una notable carga religiosa, se considera fundamental en el establecimiento del método científico y la clasificación del saber.
«La naturaleza sólo se nos presenta por medio de las cosas particulares, que son infinitas en número y sin divisiones establecidas.»
Denis Diderot
El avance del conocimiento
Aunque algunas obras ya ostentaban el nombre de enciclopedia —término de origen griego que significa «concatenación de las ciencias»—, no dejaban de ser recuentos arbitrarios de información que obedecían a criterios personales, de Estado o religiosos, y carecían de un método de clasificación riguroso.
En 1605, el filósofo y político inglés Francis Bacon presentó su Of the Proficience and Advancement of Learning, Divine and Human —también conocido como El avance del conocimiento—, en el que estableció dos «árboles» para clasificar el saber: conocimiento humano y conocimiento divino.
El conocimiento humano lo dividió en: memoria, imaginación y razón; la base de la memoria era la historia, que a su vez se dividía en natural, civil, eclesiástica y literaria.
La forma en que Bacon dividió sus dos árboles —humano y religioso— obligaba a reconocer la existencia de Dios, pero también lo hizo para que el criterio cristiano no interfiera con los resultados del incipiente método científico: «No debemos intentar deducir o someter los misterios de Dios a nuestra razón»; incluso hacía énfasis en: «el gran daño que la religión y la filosofía han sufrido al ser mezcladas; pues de esto ha resultado una religión herética y una filosofía imaginaria y fabulosa».3
Ordenar el conocimiento bajo este criterio no tendría consecuencias en la sociedad sino hasta el siglo xviii, cuando Diderot y d’Alembert retomaron casi intacto el esquema de Bacon para redactar su Enciclopedia.
Continuará...
El autor de esta nota le debe a las enciclopedias tener un oficio que ahora le da para comer... y para echar choro en programas de radio y situaciones similares. Recibirá con gusto tus comentarios en Twitter. Síguelo como @alguienomas
1 v. Algarabía 56, mayo 2009, ¡Eureka!: ¿Qué son las ciencias exactas?»; pp. 64-66.
2 v. Algarabía 66, marzo 2010, Ideas: «La herencia de al-Ándalus»; pp. 98-104.
3 Francis Bacon, The Advancement of Learning, Oxford: 1876.