Por Mario Campuzano. La Jornada.
La importancia de la economía como motor de las sociedades es bien conocida, y para muchos autores la historia es, o debiera ser, fundamentalmente Historia económica. Por lo tanto, el modelo económico que rige un país o conjunto de países es un factor determinante para su organización social y cultural, el establecimiento de cierto tipo de instituciones y leyes y la conformación de la población bajo ciertos perfiles generales.
El concepto de Cultura de época se ha utilizado ampliamente en la historiografía, pero su aplicación a la situación contemporánea es un fenómeno reciente que tiene la virtud de orientar a los individuos y conjuntos humanos en la comprensión de su contexto y las influencias externas que los determinan. De esta manera, se puede tener alguna posibilidad de juicio crítico ante dichas influencias e incluso organizar una política de resistencia individual, familiar o colectiva si se considera necesaria.
El capitalismo avanzado y su organización económica: el neoliberalismo
El desarrollo del capitalismo y las luchas reivindicativas de distintos grupos políticos dieron origen, durante el siglo XIX, al interior de los países desarrollados y después en los periféricos, a la creación de un nuevo modelo de organización social: el llamado Estado benefactor o de bienestar que proporcionaba a sus ciudadanos diversos servicios de salud, educación y apoyo social que permitían mantener la paz colectiva por cumplir “funciones de redistribución de la riqueza y de regulación de las tensiones entre el capital y el trabajo” (Stolkiner, 1994). Sin embargo, lo que se lograba en la dimensión nacional mediante estas nuevas políticas sociales se perdía en la dimensión internacional debido a la intensa pugna entre los países industrializados por obtener el control de los mercados a través del dominio de otros países, especialmente los no desarrollados, así sujetos a nuevas formas de explotación conocidas como neocoloniales, mismas que llevaron al enfrentamiento militar en el siglo XX y derivaron en las dos grandes guerras mundiales.
Pasado el período de reconstrucción de la segunda postguerra, que mantuvo activo al aparato productivo, se produjo una nueva crisis económica mundial que trató de solucionarse mediante la expansión de los mercados existentes a través de varios mecanismos iniciados desde los años cincuenta y muy definidos ya en la década de los setenta dentro del modelo económico denominado neoliberal.
Estos mecanismos de expansión de los mercados han sido:
1. El establecimiento de una economía centrada en el mercado asequible a las grandes masas medias y populares y la promoción en ellas, mediante la publicidad en los nuevos medios de difusión, de un espíritu de consumo.
2. El desarrollo de un amplio sistema de créditos para posibilitar y estimular el consumo, tanto de productos de tipo cotidiano como de tipo hipotecario para la compra de viviendas, automóviles, viajes, etcétera.
3. El desmantelamiento del Estado benefactor y con ello de diferentes servicios tradicionalmente prestados por el Estado para convertirlos en negocios privados, en los sectores de salud y educación, pensiones, agua, préstamos para la vivienda, comunicaciones, telecomunicaciones y energía: gas, gasolina, electricidad, etcétera.
4. La expansión del aparato financiero mediante la desregulación, o sea, la pérdida del control del Estado sobre las entidades financieras privadas, acompañada de una amplia opacidad contable y la creación de múltiples instrumentos que han dado lugar a una economía especulativa en vez de productiva, apuntalada en nada más que papeles; una verdadera economía-ficción que no puede mantenerse indefinidamente, como ya lo mostró la crisis de pago de las hipotecas y del sistema financiero general que se inició en Estados Unidos y se extendió a todo el mundo. Una gigantesca pirámide financiera, como la de los fraudes de Madoff, que se derrumba estrepitosamente si no hay nuevos ingresos y no se mantienen los pagos.
A estas políticas económicas se les ha denominado como neoliberales y se caracterizan por:
–El predominio del capital financiero sobre el industrial.
–La apertura y globalización de los mercados.
–La desestatización y privatización de la economía.
–La flexibilización laboral.
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n los hechos, estas políticas se expresan “por la intensificación en el movimiento mundial –antes fragmentado por las fronteras– de los capitales, las tecnologías, las comunicaciones, las mercancías y la mano de obra, integrándose en un mercado de escala internacional” (Mantecón, 1993).La globalización ha tenido un gran impulso tecnológico en los avances en el campo de la electrónica y las telecomunicaciones, lo cual ha hecho posible una producción espacialmente dispersa (subprocesos en diversos países, buscando los menores costos), pero económicamente integrada, con efectos de intensa concentración del capital y exclusión del empleo y del ingreso a amplios sectores de la población.
Se desconcentra la producción y se concentra la propiedad en unos cuantos centros globales: un limitado número de centros financieros ubicados especialmente en Nueva York, Londres y Tokio que controlan la dirección ejecutiva y el producto final, acaparando los beneficios resultantes de las ventas en el mercado mundial.
En las aldeas globales se da un proceso paralelo: una fuerte polarización en la distribución de la renta (se concentra el capital en pocas manos, las clases medias tienden a desaparecer y se genera una amplia base de pobres) y en la de los empleos (aumentan los puestos de trabajo de baja remuneración, los organigramas se vuelven muy planos y hay un fuerte desplazamiento al sector de trabajo informal). De esta manera la globalización ha impulsado la degradación económica, laboral y humana.
Cambios sociales y culturales y la manipulación de los deseos
En el plano social, el cambio se ha dado de la sociedad disciplinaria, que describiera Foucault (1975) como propia del modernismo, a la sociedad de control mediático-consumista propia del postmodernismo, completamente acorde con el pasaje a una economía de mercado donde los ciudadanos devienen en consumidores:
Y ¿qué es la sociedad disciplinaria?
Justamente, la sociedad disciplinaria es la que produce cuerpos disciplinados desde sus instituciones... una era de “ortopedia social”. Las instituciones producen individuos capaces de reproducir tales instituciones en la sociedad. El corrimiento del castigo del cuerpo hacia el alma está presente en las diferentes instituciones que componen la sociedad disciplinaria, van armando una suerte de entramado en donde cada una se articula con la otra al punto de sostener la existencia de la sociedad moderna. El control actúa como un formador de subjetividad, que funcionará incluso más tarde, aunque este control esté ausente.
A lo mejor esas estrategias han cambiado en la actualidad y las sociedades disciplinarias se han transformado en sociedades de control. No es que haya desaparecido el disciplinamiento, pero sí puede que hayan cambiado las estrategias, los modos de disciplinar: ya no desde la vigilancia de las almas, sino desde el control de los deseos a través del consumo (Idoneos.com, Los modos históricos de subjetivación. Foucault.idoneos.com/index.php/356751.)
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n otras palabras, puede continuar el reloj checador en el empleo como ejemplo del disciplinamiento clásico, pero además de esto, la cultura, la publicidad y los medios masivos de comunicación incitarán al consumo para alcanzar una imagen ideal sustentada en tener un cierto tipo de automóvil (comprado a plazos, naturalmente), usar ropa de marca (comprada con tarjeta de crédito), asistir a antros y consumir múltiples diversiones diseñadas por la industria del entretenimiento, comprar casa con la hipoteca correspondiente, viajar ahora y pagar después, etcétera, a fin de lograr la ilusión de la libertad de consumir promovida por la cultura y los medios de comunicación cuando, en la realidad, sólo son expresiones de un control social enajenante.
En el plano cultural se ha pasado al postmodernismo que se desarrolla en el ámbito social general a partir de la instalación del consumo de masas en los cincuentas, lo cual se manifiesta por el abandono de los grandes relatos y utopías características del modernismo; las propuestas de las vanguardias, y por la aparición de la pluralidad de enfoques con tendencias relativistas y, en el plano psicológico, por el predominio en los individuos de un enfoque narcisista-hedonista en lugar del enfoque de los deberes sociales y/o religiosos del modernismo.
Lipovestky, que a partir de los años ochenta escribió libros fundamentales sobre el postmodernismo, veinte años después descubre que esa etapa sólo fue de transición más que de superación del modernismo, y que en el siglo XXI se aprecia claramente el proceso hacia el hipermodernismo, una segunda etapa del modernismo. En sus palabras:
El “post” de lo postmoderno tenía los ojos puestos todavía en lo que quedaba atrás y se había declarado muerto, permitía pensar en una desaparición sin concretar en qué íbamos a convertirnos, como si se tratase de conservar una libertad nuevamente conquistada a impulsos de la disolución de los encuadramientos sociales, políticos e ideológicos. De aquí la suerte que corrió. Esa época ha terminado.
[...] Lejos de haber muerto la modernidad, asistimos a su culminación, que se concreta en el liberalismo universal, en la comercialización casi general de los modos de vida, en la explotación “hasta la muerte” de la razón instrumental, en una individualización vertiginosa [...]
Lo que hay en circulación es una segunda modernidad, desreglamentada y globalizada, sin oposición, totalmente moderna, que se basa en lo esencial en tres componentes axiomáticos de la misma modernidad: el mercado, la eficacia técnica y el individuo. Teníamos una modernidad limitada y ha llegado el tiempo de la modernidad acabada (Lipovestky, 2004).
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unque Lipovestky tiene razón en su crítica al término postmodernismo, éste ha asumido tal difusión que resulta casi imposible su substitución.
Impacto de los cambios sociales y culturales en los individuos y conjuntos humanos
Aunque los cambios culturales en los países subdesarrollados como los nuestros no son tan claros como los que ocurren en los países desarrollados, no deja de apreciarse su impacto, aunque diferente en intensidad según la clase social y económica, así como el acceso a los medios de comunicación y viajes. De esta manera habrá modelos de existencia premodernos, modernos y postmodernos, algunas veces con características bien definidas de un tipo u otro, y a veces mezclados en combinaciones diversas. En las capas acomodadas serán más visibles las pautas postmodernas.
Lo central de los cambios postmodernos se manifiesta por el incremento del individualismo con un corte narcisista, hedonista y seductor propio de la época de consumo de masas, con el consecuente relajamiento de los lazos sociales y los vínculos familiares y de pareja, así como el desplazamiento de ciudadanos a consumidores y el vaciamiento de sentido de muchas instituciones. El control social se vuelve más oculto que en el viejo sistema disciplinario descrito por Foucault y simbolizado en el panóptico vigilante de las cárceles, y se instala mediante la seducción e ideologización del consumo y la manipulación de los deseos y emociones por los medios masivos de comunicación, o sea, el control consumista-mediático logrado mediante la manipulación de los deseos. La libertad queda reducida a la libertad de consumir, no sólo de consumir mercancías, sino también diversiones, viajes, servicios, salud, deporte y hasta cultura, con excepción de la cultura crítica. También aumenta la incertidumbre, tanto laboral como afectiva y el futuro ya no se inviste de progreso, lo cual da un tono individual de predominio del tiempo presente, de un aquí y ahora desvinculado del pasado y el futuro. Cuando en los países como el nuestro estos mecanismos de control social no son suficientes, se complementan con la represión selectiva y hasta la militarización, con el pretexto del combate al narcotráfico o la guerra contra el terrorismo.
Así, la tendencia a la falta de compromiso para establecer relaciones de pareja aumenta y se vuelve notoria la disminución en la duración de las uniones, así como la tendencia a evitar su legalización. Hay más personas viviendo solas, aunque no solitarias, porque comparten diversiones, afectos y sexualidad con otros. Hay más parejas que no quieren tener hijos, ya sea porque hay proyectos individuales de distinto orden que se asumen como prioritarios, o porque las condiciones económicas lo vuelven difícil o los hijos ya no son una fuente de realización y trascendencia, y en cambio se priorizan las satisfacciones individuales.
Asimismo, aumenta el número de las familias uniparentales con presencia exclusiva de la madre y, con menos frecuencia, con presencia exclusiva del padre. En las que conservan ambos progenitores se aprecia una disminución de la autoridad y de la función paterna y, en muchos casos, una competencia de seducciones maternales por parte de los dos cónyuges que suele dejar inmaduros y poco eficientes a los hijos, agravada esta situación por la pérdida de exigencia, rasgo propio de la cultura postmoderna. La falta de horizonte en el futuro crea confusión y desmotivación desde los padres y se acentúa en los hijos: si el futuro es el desempleo o subempleo ¿para qué esforzarse? Por si no fuera suficiente, las largas jornadas de trabajo características de la sobreexplotación laboral en los países subdesarrollados crean un problema adicional: los padres no pueden tener control suficiente sobre los hijos por la imposibilidad de la presencia física, y los intentos de establecer control mediante el uso de teléfonos celulares suelen ser insuficientes.
El desmantelamiento del Estado Protector, desarrollado de por sí precariamente en países con grandes indices de pobreza como el nuestro, genera una situación de catástrofe en las familias donde aparecen enfermedades, y la falta de protección social condena a la marginación y muerte a varios sectores de población sin recursos. De este modo, las instituciones pierden sentido o lo trastocan y dejan ser garantes sociales y referentes simbólicos (Lipovestky, 1998; Rojas y Sternbach, 1997; Grupo doce, 2001).
Impacto sobre la psicopatología de los individuos contemporáneos
La sociedad humana de cada etapa histórica y lugar tiene distintas necesidades que proyecta sobre su conjunto social a través de diversos mecanismos: leyes y reglamentos, creación de instituciones, conformación de ideales y prohibiciones, de formas y objetivos de control social, de definición de un cierto imaginario social y de la construcción social de una determinada realidad. Eso da lugar a la formación de prototipos individuales generados por medio de esos mecanismos, por ejemplo, el carácter obsesivo (trabajador, austero y ahorrativo), promovido culturalmente en la etapa del capitalismo naciente, que estudiara Weber (1903) en su clásica obra La ética protestante y el espíritu del capitalismo. El capitalismo avanzado actual, centrado en el mercado, no requiere de tanto énfasis en la producción, sino en el consumo, y genera dos tipologías predominantes: la de los caracteres fronterizos, influenciables y dependientes, que conforman la gran masa de la población manipulable por los políticos, comerciantes y medios de comunicación masiva, aquellos que Nixon –experto manipulador político– llamara “la mayoría silenciosa”, así como la difusión de rasgos narcisistas en toda la población y la conformación en algunos de ellos de francos caracteres narcisistas que en un buen número de casos son los encargados de manipular a las masas sin mayores sentimientos de culpa, de esa culpa y esa responsabilidad tan anacrónicas en el postmodernismo. Es decir, se promueve en la sociedad la conformación de caracteres preedípicos, caracteres distintos a aquellos de la época freudiana que tuvieron su prototipo de consulta en las neurosis histéricas y las neurosis obsesivas. Ahora la patología no radica en las inhibiciones del Superyo, sino en la dependencia, impulsividad y falta de control propias de una falta de desarrollo del Yo y el Superyo, y en la grandiosidad y hedonismo sin límites del Self narcisista. La inhibición y el placer no suelen ser problemas, sino la falta de realismo y de eficiencia operativa, así como la dificultad de profundización en la visión de sí y de los otros y en la asunción de compromiso en los vínculos afectivos. Si los antiguos imperativos sociales eran: sé responsable y trabaja, ahora son: consume y diviértete, claro, a través de la industria del entretenimiento para que sea rentable al sistema.
Por esas mismas razones disminuye la frecuencia de los caracteres neuróticos en la consulta, que son aquellos para quienes se crearon las técnicas psicoanalíticas clásicas.
Las nuevas demandas de la consulta requieren no sólo de la modificación de las técnicas (y de la teoría que las explica), sino también, con frecuencia, de la modificación del encuadre para la creación de parámetros psicoanalíticos transitorios pero necesarios para ciertas etapas del proceso de tratamiento, a fin de lograr la contención de algunos rasgos de estas nuevas patologías y que permitan alcanzar posibilidades terapéuticas im-posibles de otra manera. Todo esto conforma grandes desafíos a nuestra disciplina psicoanalítica y demanda nuestra máxima creatividad.
Esta economía del consumo, y las discursividades sociales correspondientes, generan también otras patologías de época: las adicciones, por una parte y, por la otra, la anorexia nerviosa y la bulimia.
Las adicciones son ejemplo del énfasis social en el consumo, en este caso como consumo del placer inmediato a través de distintas substancias psicotrópicas que el mercado ofrece con fácil asequibilidad de forma legal o ilegal, y que han dado lugar a un severo problema social y de salud pública. La magnitud del problema actual, inédito en la historia, pone en claro su origen social, aunque también se sustente en fragilidades individuales y vinculares que hay que prevenir y tratar.
A pesar de que en algunos casos puede haber una búsqueda tanática, lo dominante, según la experiencia en la clínica, es la búsqueda hedonista, la postura narcisista favorecida por la inmediatez de efectos que da el consumo de una substancia psicotrópica, así como su facilidad de consecución, donde no hay que hacer mayor esfuerzo que tener un poco de dinero para com-prarla, ni aventurarse en las complejidades de búsquedas de satisfacción vinculares y sociales. De ahí que, en situaciones avanzadas de adicción, el sujeto se pasiviza, se aísla y busca en las drogas las satisfacciones que otrora buscaba en el medio social, lo cual explica su extrema capacidad alienante.
La anorexia nerviosa y la bulimia son también tras-tornos, en este caso de la alimentación, cuya frecuencia actual muestra claros signos de sujeción a los ideales de época en la delgadez como belleza.
Efectos generales
El neoliberalismo produce una fuerte concentración de la riqueza en pocas manos y la segregación, desempleo y empobrecimiento de amplias capas de la población. Un colega con sentido humorístico lo describía como el Hood Robin, ya que Robin Hood quitaba el dinero a los ricos para dárselo a los pobres y el neoliberalismo le quita a los pobres para dárselo a los ricos. Sus efectos principales son la pérdida y la exclusión, la inseguridad e incertidumbre.
Las pérdidas dan origen a depresiones severas y aun a suicidios. La inseguridad genera temor y aislamiento. La incertidumbre lleva a la angustia, al uso y abuso del alcohol y las drogas, a los trastornos psicosomáticos o al uso y abuso de defensas maníacas para negar esta dura realidad, como la trivialización, la banalización, la frivolidad y la superficialidad. La falta de horizonte futuro produce desmotivación y escapismo de manera amplia mediante las adicciones, así como también el neohippismo y el misticismo; el miedo lleva a la pasividad y al conformismo. Las instituciones quedan vacías de sentido y la sociedad deja de ser continente de sus miembros, lo cual repercute en las familias donde produce un efecto de disgregación y abandono como consecuencia del desamparo social, así como pérdida del control estructurante sobre los hijos por la falta de presencia derivada de las largas jornadas de trabajo o del desinterés depresivo.
También lleva a crisis de gobernabilidad por el surgimiento de poderes fácticos más grandes que el Estado en el nivel nacional, regional o local; a veces ocupando, además, puestos de representación del gobierno, o sea, la Iglesia en manos de Lutero. Como consecuencia, en el caso de México, el poder gubernamental tiene que hacer cogobierno con poderes paralelos nacionales y transnacionales, como los grandes capitales, los medios masivos de difusión y los cárteles del narcotráfico, así como diversas mafias regionales y locales. La tendencia general es a la conformación de un país de mafias con el ciudadano empobrecido, indefenso y acosado •